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En este Capítulo Max Lucado nos lleva a mirar el esplendor que buscaba Moisés de Dios, centrando su atención en el deseo imposible de este de querer conocer a Dios.
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En este Capítulo Max Lucado nos lleva a mirar el esplendor que buscaba Moisés de Dios, centrando su atención en el deseo imposible de este de querer conocer a Dios.
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En este Capítulo Max Lucado nos lleva a mirar el esplendor que buscaba Moisés de Dios, centrando su atención en el deseo imposible de este de querer conocer a Dios.
In "Desayunando con Jesús," they continue reading Max Lucado's book "No se trata de mí." The main character, Moisés, asks God to show him his glory. Despite his fears, Moisés persistently prays and pleads with God. Moisés wants to see more of God's glory because he knows that it is in God's presence that he can find rest and strength. God grants Moisés' request, but only allows him to see his back, as seeing God's face would be too overwhelming. After encountering God's glory, Moisés' face shines brightly, demonstrating the transformative power of experiencing God's presence. The narrator reflects on the importance of seeking God's glory in the midst of life's challenges and uncertainties. ¡Muy buenos días! Hoy en Desayunando con Jesús vamos a continuar dando lectura a lo que hemos venido programando como nuestra sección de libro leído. En esta ocasión vamos a seguir la lectura de Max Lucado en su libro No se trata de mí. Rescatados de una vida que creíamos nos haría felices. Max Lucado es un escritor cristiano con más de treinta libros con un éxito rotundo donde entrega mensajes muy bien elaborados para poder dar una dirección para una buena vida cristiana. Sin más nos vamos a introducir a mirar la primera parte de este libro que está titulada Meditar en Dios y el capítulo dos está nombrado Muéstrame tu gloria. Un ansioso Moisés suplica ayuda, Dios tú me dices a mí saca este pueblo y tú no me has declarado a quien enviarás conmigo. Éxodo treinta y tres doce. Uno apenas puede poner pegas a sus temores, cercado en primer lugar por israelitas que añoran Egipto y en segundo lugar por un desierto de vientos calientes y cantos ardientes. El expastor necesita seguridad, su creador la ofrece, mi presencia irá contigo, haré esto que has dicho por cuanto has hallado gracia en mis ojos y te he conocido por tu nombre. Usted pensaría que eso hubiera sido suficiente para Moisés, pero él persiste pensando quizá en la última frase, haré esto que has dicho. Quizá Dios consentirá una petición más, así pues él traga de un suspiro y pide. ¿Qué piensa usted que pedirá? Sabe que ha captado la atención de Dios y Dios parece dispuesto a escuchar su oración, y hablaba Jehová a Moisés cara a cara, como habla cualquiera a su compañero, declara el éxodo en este capítulo en el versículo once. El patriarca percibe una oportunidad para pedir cualquier cosa, ¿qué petición hará? Podría ser muchísimas peticiones, ¿qué tal un millón de peticiones? Esa es la cantidad de adultos que está en el espejo retrovisor de Moisés, un millón de ex esclavos tercos, desagradecidos y adoradores de becerros que se quejan a cada paso. Si Moisés hubiera orado, ¿podrías convertir a esta gente en ovejas? ¿Quién le había echado la culpa? Solo unos cuantos meses antes, Moisés había estado en ese mismo desierto, cerca de esa misma montaña, vigilando un rebaño de ovejas. Pero cuán diferente era ahora. Las ovejas no demandan nada en un desierto, ni transforman las bendiciones en un desastre. Y sin duda alguna, ellas no hacen becerros de oro, ni piden regresar a Egipto. ¿Y los enemigos de Israel? Les esperan batallas más adelante, combate contra los seteos, los jebuseos, todos ellos plagan la tierra. ¿Puede Moisés formar un ejército con hebreos, constructores de pirámides? Haré esto que has dicho, ¿podrías simplemente enviarnos a Canaán? Moisés sabía lo que Dios podía decir, todo el Antiguo Oriente lo sabía, todos ellos continuaban hablando acerca de la vara de Arón, que se había convertido en serpiente, y del Nilo, que se había vuelto sangre, de aire tan plagado de mosquitos que se respiraban, de tierra cubierta de tantas capas de langostas que las hacían crujir, de oscuridad a mediodía, de cosechas golpeadas por el granizo, de carne con un paisaje de úlceras sobre ellas, de funerales por los primogénitos. Dios convirtió el Mar Rojo en una alfombra roja, cayó maná, llovieron codornices, brotó agua de una roca, Dios puede mover montañas, de hecho, Él movió la mismísima montaña de Sinaí sobre la que Moisés estaba. Cuando Dios habló, el Sinaí tembló, y lo mismo hicieron las rodillas de Moisés, Moisés sabía lo que Dios podía hacer, peor aún, Él sabía lo que aquel pueblo era propenso a hacer, Moisés nos salió bailando alrededor de un becerro de oro, con sus recuerdos de Dios tan rancios como el maná del día anterior, Él llevaba consigo la Escritura de Dios sobre una tabla de piedra, y las israelitas estaban adorando a un animal de granja sin corazón, para Moisés aquello fue más de lo que pudo soportar, fundió la vara de metal, golpeó el oro hasta convertirlo en polvo, y obligó a los adoradores a que lo bebieran. Dios estaba listo para terminar con ellos y volver a comenzar con Moisés, tal y como había hecho con Noé, pero dos veces rogó Moisés misericordia, y por dos veces esa misericordia es concedida, esto lo podemos ver en el Éxodo en el capítulo treinta y dos, en el versículo once al catorce, y del verso treinta y uno al treinta y dos, las dos veces que rogó Moisés, y Dios, tocado por el corazón de Moisés, escucha la oración, la oración de Moisés, mi presencia irá contigo y te daré descanso, en Éxodo treinta y tres catorce dice esto Dios a Moisés, pero Moisés necesita algo más, una petición más, gloria, te ruego que me muestres tu gloria, dice esto Moisés en el versículo dieciocho, traspasamos una línea cuando hacemos una petición tal, cuando nuestro deseo más profundo no son las cosas de Dios o el favor de Dios, sino Dios mismo, cruzamos un umbral, menos enfoque en el yo, más enfoque en Dios, menos acerca de mí, más acerca de Él, muéstrame tu resplandor, está orando Moisés, flexiona tus bíceps, permíteme ver la S sobre tu pecho, la S de Superman, tu preeminencia, tu gran espectacularidad que detiene los latidos del corazón y hace temblar la tierra, olvida el dinero y el poder, pasa por alto la juventud, yo puedo vivir con un cuerpo que envejece, pero no puedo vivir sin ti, quiero más de Dios, por favor, desearía ver más de tu gloria. Pero por qué quería Moisés ver la grandeza de Dios? Hágase usted mismo esta pregunta, ¿por qué nos quedamos contemplando el atardecer y consideramos el cielo de una noche de verano? ¿Por qué buscamos un arco iris entre las nubes o contemplamos el gran cañón? ¿Por qué dejamos que el oleaje del pacífico nos fascine y el Niágara nos hipnotice? ¿Cómo explicamos nuestra fascinación por tales vistas y paisajes? ¿Belleza? Sí, pero ¿acaso no apunta la belleza a un alguien bello? ¿Acaso no sugiere la inmensidad del océano un Creador inmenso? ¿Acaso el ritmo de las grullas migratorias y las ballenas no nos dan a entender una mente brillante? ¿Y no es eso lo que deseamos? ¿Creador bello, un Creador inmenso, un Dios tan poderoso que puede comisionar a los pájaros y dar órdenes a los peces? Muéstrame tu gloria, por favor Dios, suplica Moisés, olvídese de un banco, él quiere ver Fort Knox, él necesita dar un paseo por la cámara acorazada de la riqueza de Dios, me dejarás aturdido con tu fuerza, me dejarás paralizado con tu sabiduría, me dejarás inaliento con un goce del tuyo, un momento en la espuma de la catarata de la gracia, un destello de tu gloria Dios, esta es la oración de Moisés. Y Dios le responde, él sitúa a su siervo en la hendidura de una roca diciendo a Moisés, no podrás ver mi rostro, porque no me verá hombre y vivirá, y cuando pase mi gloria yo te cubriré con mi mano hasta que haya pasado, después apartaré mi mano y verás mis espaldas, mas no se verá mi rostro, esto está en Éxodo 33 versículo 20 en el 22 y el 23. Y Moisés pues encogiéndose de miedo bajo el paraguas de la mano de Dios, espera, seguramente con su rostro inclinado, los ojos cubiertos y el pulso acelerado hasta que Dios dé la señal. Cuando la mano se levanta, los ojos de Moisés hacen lo mismo y alcanza a vislumbrar las espaldas de Dios, distantes y que van desapareciendo. El corazón y el centro del Creador es demasiado para que Moisés pueda soportarlo, un destello que se desvanece tendrá que pasar, yo estoy viendo el cabello largo y gris de Moisés azotado hacia adelante por el viento y su curtida mano agarrada a una roca saliente de la pared para no caerse, y a medida que la ráfaga se calma y se apacigua y sus mechones de cabello vuelven a reposar sobre sus hombros, nosotros vemos el impacto, su rostro resplandeciendo tan brillante como si estuviera iluminado por mil antorchas, desconocida para Moisés, pero innegable para los hebreos, es su reluciente cara. Cuando él descendió de la montaña, los hijos de Israel no pudieron fijar la vista en el rostro de Moisés a causa de la gloria de su rostro, los testigos no vieron ira en su boca ni preocupaciones en sus ojos o sus labios fruncidos, ellos vieron la gloria de Dios en su cara. ¿Tenía él motivos para la ira? ¿Causa por la que preocuparse? Claro que sí, le esperan desafíos, un desierto y cuarenta años de grandes desafíos, pero en aquel momento, habiendo visto el rostro de Dios, él puede enfrentarse a ellos. Perdón por mi descaro, pero ¿no debería ser de usted la petición de Moisés? Usted tiene problemas, mírese, vive en un cuerpo que va muriendo, camina sobre un planeta en decadencia, rodeado por una sociedad egoísta, algunos salvos por gracia, otros alimentados de narcisismo, muchos de nosotros ambas cosas, cáncer, guerra, enfermedad. Estas no son cuestiones de poca importancia. ¿Un Dios pequeño? No, gracias. Usted y yo tenemos lo que Moisés necesitaba, un destello de la gloria de Dios, una vista así puede cambiarlo a usted para siempre. En las primeras páginas de mis recuerdos de infancia veo este cuadro, mi papá y yo sentados uno al lado del otro en una capilla, los dos llevamos puestos los únicos trajes que tenemos, el cuello de la camisa me rosa el cuello, el banco se siente muy duro bajo mi trasero, la vista de mi tío muerto nos deja todos en silencio. Este es mi primer funeral, mis nueve años de vida no me han preparado para la muerte, lo que veo me desconcierta, tías, normalmente joviales y habladoras, lloran en voz alta, tíos, comúnmente rápidos para decir una palabra o una broma, contemplan el ataúd con los ojos muy abiertos. Ibak, mi tío grandote de rollizas manos, un gran estómago y resonante voz, yace blanquecino y ceroso en el ataúd. Recuerdo las palmas de mis manos sudorosas y mi corazón dando saltos en mi pecho como zapatillas de deporte que rebotan dentro de la secadora de la ropa. El miedo me tenía en sus garras. ¿Qué otra emoción podía yo sentir? ¿Dónde miro? Las mujeres que lloran me asustan, los hombres con ojos vidriosos me desconciertan, mi tío muerto me asusta, pero entonces miro hacia arriba, veo a mi papá. Él vuelve su cara hacia mí y me sonríe suavemente. Todo está bien, hijo, me asegura, poniendo una gran mano sobre mi pierna. De alguna manera, yo sé que así es. ¿El por qué? No lo sé, mi familia continúa llorando y el tío Ibak sigue estando muerto, pero si papá, en medio de todo ello, dice que está bien, entonces eso es suficiente. En aquel momento comprendí, puedo mirar a mi alrededor y encontrar temor y miedo, o mirar a mi papá y encontrar fe. Yo escogí la cara de mi papá. Lo mismo hizo Moisés. Lo mismo puede hacer usted.