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Beatriz is alone in her room waiting for Alonso to return. She tries to pray and falls asleep but is awoken by the sound of bells and doors creaking. She hears strange noises and senses an unseen presence approaching. Beatriz tries to calm herself but is unable to sleep. She hears footsteps and a sound like wood or bone, getting closer. She becomes more afraid and restless. Había pasado una, dos, tres, la medianoche estaba a punto de sonar, cuando Beatriz se refiró a su oratorio. Alonso no volvía, no volvía, y a querer en menos de una hora pudiera haberlo hecho. Habrá tenido miedo, exclamó la joven cerrando su libro de oraciones y caminándose a sus lechos. Después de haber intentado inútilmente murmurar algunos de los que la iglesia consagraba en el día de difuntos a los que ya no existen, después de haber apagado la lámpara y cruzando las dobles cortinas de sedal, se durmió. Se durmió con un sueño inquieto, ligero y nervioso. Las noces sonaron en el remoto el postigo. Beatriz oyó entre sueños de vibraciones de las campanas lentas, sordas, tristísimas, y entreabrió los ojos. Creía haber oído a par de ellas pronunciar su nombre, pero leve, muy lejos y por una voz ahogada y doliente. El viento gemía en los vidrios de la ventana. Era el viento, dijo, y poniéndose la mano sobre su corazón, procuró tranquilizarse. Pero su corazón latía cada vez con más violencia. Las puertas de alerta del oratorio habían crujido sobre sus bordes de chirrido agudo, prolongado y estridente. Primero unas y luego las otras más cercanas. Todas las puertas que daban paso a su habitación iban sonando por su orden. Estas con un ruido sordo y grave, y aquellas con un lamento largo y calizador. Después un silencio. Un silencio lleno de rumores extraños. El silencio de la medianoche, lejanos ladrillos de perros, voces confusas, palabras ininteligibles, ecos de pasos que van y vienen, crujid de ropas que se arrastran, suspiros, suspiros que se ahogan, respiraciones fatigosas que casi se sienten, estremecimientos involuntarios que anuncian la presencia de algo que no se ve y cuya aproximación se nota. No obstante, en la oscuridad, Beatriz, inmóvil, temblorosa, adelantó la cabeza fuera de las cortinas y escuchó un momento. Oía mil ruidos diversos. Se pasaba la mano por la frente, tornaba a escuchar, y nada. Más silencio. Veía con esa fosforescencia de la pupila de las crisis nerviosas, como voltos que se movían en todas las direcciones, y cuando dilatándolas las fijaba en un punto, nada. Oscuridad de las sombras impenetrablas. ¡Bah!, exclamó, volviéndose a recostar su hermosa cabeza sobre la almohada de raza azul del lecho. ¿Soy yo tan miedosa como esas pobres gentes cuyo corazón palpita de terror bajo una armadura al oír a una consiga de aparecidos? Y cerrando los ojos intentó dormir, pero en vano. Había hecho un esfuerzo sobre sí misma. Pronto volvió a incorporarse, más pálida, más inquieta, más aterrada. Ya no era la misma. Ya no era una ilusión. Las colgaduras del broncado de la puerta habían rozado al separarse, y unas pisadas lentas sonaban sobre la alfombra. El rumor de aquellas pisadas era sordo, casi imperceptible, pero continuaba, y a su compás se oía crujir una cosa como madera o hueso, y se acercaba.