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Listen to LGDLM cap 15 by Arasay Santos MP3 song. LGDLM cap 15 song from Arasay Santos is available on Audio.com. The duration of song is 18:11. This high-quality MP3 track has 298.571 kbps bitrate and was uploaded on 14 Dec 2023. Stream and download LGDLM cap 15 by Arasay Santos for free on Audio.com â your ultimate destination for MP3 music.
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The Martians renewed their offensive in Surrey, attacking various locations and destroying artillery. They communicated through howling and used their heat rays to destroy cannons. The humans fought back, surprising the Martians with grenades and successfully bringing down one of them. However, the Martians retaliated, causing explosions and starting fires. The Martians then formed a curved line, prepared to face the human cannons. The battle began with a distant cannon shot, followed by the Martians firing their weapons, causing explosions without smoke or fire. The humans wondered what the Martians thought of their organized resistance. The battle continued with more explosions, but the human cannons didn't respond. The Martians had released containers that emitted a deadly gas, which spread over the land. The gas was heavy and sank to the ground, resembling a liquid. It caused death upon contact with living beings, but strangely, contaminated water could be consumed without harm. Th CAPĂTULO NĂMERO 15 LO QUE SUCEDIĂ EN SURREY Los marcianos habĂan renovado su ofensiva cuando el cura y yo nos hallĂĄbamos hablando cerca de Haliford, y mientras mi hermano observaba los grupos de fugitivos que llegaban por el puente de Buensmither. SegĂşn puede conjeturarse por los relatos diversos que se hicieran de sus actividades, la mayorĂa de ellos estuvieron haciendo sus preparativos en el Pozo de Horselt hasta aproximadamente las nueve de aquella noche, apresurando un trabajo que provocĂł grandes cantidades de humo verde. Tres de ellos salieron alrededor de las ocho, y avanzando lenta y cautelosamente pasaron por Bifred y Pyrford en direcciĂłn a Ripley y Weybridge, llegando asĂ a la vista de las baterĂas que esperaban el momento de entrar en acciĂłn. Estos marcianos no avanzaron unidos, sino a una distancia de milla y media uno de otro, y se comunicaron por medio de aullidos como el ulular de una sirena. Fueron estos aullidos y los caĂąonazos procedentes de St. George Hill y los que oĂmos nosotros en Upper Haliford. Los artilleros de Ripley, voluntarios de poca experiencia que nunca debieron haber ocupado aquella posiciĂłn, dispararon una andanada prematura e inĂştil, y escaparon a pie y a caballo por la aldea desierta. El marciano al que atacaron marchĂł tranquilamente hasta sus caĂąones sin usar siquiera su rayo calĂłrico, avanzĂł por entre las piezas de artillerĂa y cayĂł inesperadamente sobre los caĂąones de Painshield Park, los cuales destruyĂł por completo. Pero los soldados de St. George Hill estaban mejor dirigidos, o eran mĂĄs valientes. Ocultos en un bosquecillo como estaban, parecen haber tomado por sorpresa al marciano que se hallaba mĂĄs prĂłximo a ellos. Apuntaron sus armas tan deliberadamente como si hicieran prĂĄcticas de tiro, e hicieron fuego desde una distancia de mil metros. Las granadas estallaron todas alrededor del monstruo, y le vieron avanzar unos pocos mĂĄs, tambalearse y caer. Todos gritaron jubilosos e inmediatamente volvieron a cargar los caĂąones. El marciano, derribado, lanzĂł un prolongado grito ululante, y de inmediato le respondiĂł uno de sus compaĂąeros apareciendo por entre los ĂĄrboles del sur. Una de las granadas habĂa destruido una pata del trĂpode que sostenĂa al marciano caĂdo. La segunda descarga no hizo blanco, y los otros dos marcianos hicieron funcionar simultĂĄneamente sus rayos calĂłricos apuntando a la baterĂa. EstallĂł la municiĂłn. Se encendieron los pinos de los alrededores, y solo escaparon uno o dos de los artilleros, que ya corrĂan sobre la cima de la colina. DespuĂŠs de esto parece que los tres gigantes sostuvieron una conferencia y se detuvieron, y los exploradores que los observaban afirman que permanecieron allĂ parados durante la siguiente media hora. El marciano que fuera derribado saliĂł muy despacio de su capuchĂłn y se puso a reparar el daĂąo sufrido por uno de los soportes de su mĂĄquina. Alrededor de las nueve ya habĂa terminado, y se volviĂł a ver su capuchĂłn por encima de los ĂĄrboles. Eran las nueve minutos cuando llegaron hasta los tres centinelas otros cuatro marcianos que llevaban gruesos tubos negros. Uno de estos tubos fue entregado a cada cual de los tres, y los siete se distribuyeron entonces a igual distancia entre sĂ, formando una lĂnea curva entre St. George, Weybridge y la aldea de Seine, al sudoeste de Ripley. Tan pronto comenzaron a moverse, volaron de las colinas una docena de cohetes, que advirtieron del peligro a las baterĂas de Deaton y Escher. Al mismo tiempo, cuatro de los gigantes, similarmente armados con tubos, cruzaron el rĂo y a dos de ellos vimos el cura y yo cuando avanzĂĄbamos trabajosamente por el camino que se extiende al norte de Haliford. Nos pareciĂł que se morĂan sobre una nube, pues una neblina blanca cubrĂa los campos y se elevaba hasta una tercera parte de su altura. Al ver el espectĂĄculo, el cura lanzĂł un grito ahogado y echĂł a correr, pero yo sabĂa que era inĂştil escapar de esa manera. Me volvĂ entonces hacia un costado para internarme por entre los matorrales y bajar a la ancha zanja que bordea el camino. Ăl volviĂł la cabeza, vio lo que hacĂa yo y fue a unirse conmigo. Los dos marcianos se detuvieron, el mĂĄs prĂłximo mirando hacia Sunbury y el otro en direcciĂłn a Staines a bastante distancia. HabĂan cesado sus aullidos y ocuparon sus posiciones en la extensa lĂnea curva, en el silencio mĂĄs absoluto. Esta lĂnea era una especie de media luna de doce millas de largo. JamĂĄs se ha iniciado una batalla con tanto silencio. Para nosotros y para algĂşn observador situado en Ripley, el efecto hubiera sido el mismo. Los marcianos parecĂan estar en plena posiciĂłn de todo lo que cubrĂa la noche, iluminada solo por la luna, las estrellas y los Ăşltimos resplandores ya dĂŠbiles del dĂa fenecido. Pero enfrentando a esa media luna desde todas partes, en Staines, Houselaw, Giddon, Esher, Upham, detrĂĄs de las colinas y bosques del sur del rĂo y al otro lado de las campiĂąas del norte, se hallaban los caĂąones. Estallaron los cohetes de seĂąales y llovieron sus chispas fugazmente en lo alto del cielo, y los que servĂan a los caĂąones se dispusieron a la lucha. Los marcianos no tenĂan mĂĄs que avanzar hacia la lĂnea de fuego e inmediatamente estallarĂa la batalla. Sin duda alguna, la idea que predominaba en la mente de todos, tal como ocurrĂa conmigo, era la referente al enigma de lo que los marcianos pensaban de nosotros. Se darĂan cuenta de que estĂĄbamos organizados, tenĂamos disciplina y trabajĂĄbamos en conjunto. O interpretaban nuestros cohetes, el estallido de nuestras granadas y nuestra constante vigilancia de su campamento, como interpretarĂamos nosotros la furiosa unanimidad de ataque en un enjambre de abejas cuya colmena hubiĂŠramos destruido. SoĂąaban que podrĂan exterminarnos. Un centenar de preguntas similares se presentaban a mi mente mientras vigilaba el centinela. AdemĂĄs, tenĂa yo presente las fuerzas ocultas que se hallaban en direcciĂłn a Londres. ÂżHabĂan preparado trampas? ÂżEstaban listas las fĂĄbricas de House Row? ÂżTendrĂan los londinenses el coraje de defender su ciudad hasta el fin? Luego, al cabo de una espera que nos resultĂł interminable, oĂmos el estampido distante de un caĂąonazo. SiguiĂł otro, y luego otro mĂĄs cercano, y entonces el marciano que se hallaba prĂłximo a nosotros levantĂł su tubo y lo descargĂł como una pistola, produciendo un estampido estruendoso que hizo temblar el suelo. Lo mismo hizo el gigante que estaba hacia el lado de Staines. No hubo fogonazo ni humo. Solo se produjo la detonaciĂłn. Me llamaron tanto la atenciĂłn esas armas y las detonaciones continuadas que olvidĂŠ el riesgo y trepĂŠ hasta el matorral para mirar hacia Sowery. Cuando hice esto, oĂ ateas de detonaciĂłn y un proyectil de buen tamaĂąo pasĂł por el aire en direcciĂłn a House Row. EsperĂŠ por lo menos ver humo o fuego u otra evidencia de efectividad, mas todo lo que vi fue el cielo azul profundo, como una estrella solitaria y la neblina blanca que se extendĂa sobre la tierra. Y no hubo otro golpe ni una explosiĂłn que hiciera eco a la primera. VolviĂł a reinar el silencio. âÂżQuĂŠ ha pasado? âpreguntĂł el cura acercĂĄndoseme. âSolo el cielo lo sabe. Repuse. PasĂł un murciĂŠlago que se perdiĂł en la distancia. ComenzĂł luego un distante tumulto de gritos que cesĂł de pronto. MirĂŠ de nuevo al marciano y vi que iba ahora hacia el este con pasos rĂĄpido y bamboleante. A cada momento esperaba yo que disparara contra ĂŠl alguna de las baterĂas ocultas, pero el silencio de la noche no fue interrumpido por nada. La figura del marciano fue tornĂĄndose mĂĄs pequeĂąa a medida que se alejaba, y al fin se lo tragaron la neblina y las sombras de la noche. Siguiendo el mismo impulso, ambos trepamos mĂĄs arriba. En direcciĂłn a Sudbury se veĂa algo oscuro, como si hubiera crecido sĂşbitamente por allĂ una colina cĂłnica que nos impidiera ver mĂĄs allĂĄ. Y luego, algo mĂĄs lejos, por el lado de Walton, vimos otro bulto similar. Esas formas elevadas se fueron tornando mĂĄs bajas y anchas mientras nosotros mirĂĄbamos. Impulsado por una idea sĂşbita, mirĂŠ hacia el norte y percibĂ por allĂ la tercera de aquellas lomas negras. Reinaba un silencio de muerte. Hacia el sudeste oĂmos entonces a los marcianos que aullaban para comunicarse unos con otros, y luego volviĂł a temblar el aire con el distante detonar de sus armas. Pero la artillerĂa terrestre no respondiĂł al ataque. En ese momento no comprendimos de quĂŠ se trataba, pero despuĂŠs me enterarĂa yo del significado de aquellas lomas que formaran sobre la tierra. Cada uno de los marcianos que integraban la lĂnea de avanzada que he descrito habĂa descargado por medio del tubo un enorme recipiente sobre las colinas, arboladas, grupos de casas u otro refugio posible para los caĂąones. Algunos dispararon solo uno de los recipientes, otros dos, como el que viĂŠramos nosotros, se dice que el de Ripley descargĂł no menos de cinco. Los recipientes se rompĂan al dar en tierra, no estallaban. Al instante dejaban en libertad un enorme volumen de un vapor pesado que se levantaba en una especie de nube, una loma gaseosa que se hundĂa y se extendĂa lentamente sobre la regiĂłn circundante. El contacto de aquel vapor significaba la muerte para todo ser que respirara. Este vapor era pesado, mucho mĂĄs que el humo mĂĄs denso, de modo que, despuĂŠs de haberse elevado al romperse el recipiente, volvĂa a hundirse por el aire y corrĂa sobre el suelo mĂĄs bien como un lĂquido, abandonando las colinas y extendiĂŠndose por los valles, zanjas y tambiĂŠn corrientes de agua, tal como lo hace el gas de ĂĄcido carbĂłnico que emerge de las fisuras volcĂĄnicas. Al entrar en contacto con el agua, se operaba una transformaciĂłn quĂmica y la superficie del lĂquido quedaba cubierta instantĂĄneamente por una escoria que se hundĂa con lentitud para dejar sitio al resto de la sustancia. Esta escoria era insoluble y resulta extraĂąo que, a pesar del efecto mortal del gas, se pudiera beber el agua asĂ contaminada sin sufrir daĂąo alguno. El vapor no se disipaba como lo hace el verdadero gas, quedaba unido en montones, corriendo lentamente por la tierra y cediendo muy poco a poco al empuje del viento para hundirse al fin en la tierra en forma de polvo. Con excepciĂłn de que un elemento desconocido da un grupo de cuatro lĂneas en el azul del espectro, nada sabemos sobre la naturaleza de esta sustancia. Una vez terminada su dispersiĂłn, el humo negro se adherĂa tanto al suelo, aĂşn antes de su precipitaciĂłn, que a 15 metros de altura, en los techos y en los pisos superiores de las casas altas, asĂ como tambiĂŠn en los ĂĄrboles, existĂa la posibilidad de escapar a sus efectos pozoĂąosos, como quedĂł demostrado aquella noche en St. Chopin y Didum. El hombre que se salvĂł en el primero de estos lugares hace un relato notable de lo extraĂąo de aquella corriente negra y de cĂłmo la vio desde el campanario de la iglesia, asĂ como tambiĂŠn del aspecto que tenĂan las casas de la aldea al elevarse como fantasmas sobre ese mar de tinta. Durante un dĂa y medio permaneciĂł allĂ, fatigado, medio muerto de hambre y quemado por el sol, viendo el cielo azul en lo alto y abajo, la tierra como una extensiĂłn de terciopelo negro de la que sobresalĂan tejados rojos, las copas de los ĂĄrboles y, mĂĄs tarde, setos velados, portones y paredes. Pero aquello fue en St. Chopin, donde el vapor negro quedĂł hasta hundirse por el sol en la tierra. Por lo general, cuando ya habĂan servido sus fines, los marcianos lo eliminaban por medio de una corriente de vapor. Esto hicieron con las lomas de vapor prĂłximas a nosotros, mientras los observĂĄbamos desde la ventana de una casa abandonada de Opera Haliford, donde nos habĂamos refugiado. Desde allĂ, vimos moverse los reflectores sobre Richmond Hill y Kingston Whee, y alrededor de las once temblĂł la ventana y oĂmos el estampido de los grandes caĂąones de sitio que instalaran en aquellos lugares. Las detonaciones continuaron intermitentemente por espacio de un cuarto de hora, disparando granadas al azar contra los marcianos invisibles que se encontraban en Hampton y Deerhorn. DespuĂŠs, se apagaron los pĂĄlidos rayos de la luz elĂŠctrica y fueron reemplazados por un resplandor rojizo. Luego cayĂł el cuarto cilindro, un brillante meteoro verde. Supe mĂĄs tarde que habĂa ido a dar a Bushwick Park. Antes que entraran en acciĂłn los caĂąones de Richmond y Kingston, hubo una andanada breve en direcciĂłn al sudoeste, y creo que fueron los artilleros que dispararon sus armas antes que el vapor negro los envolviera. De esta manera, y obrando tan metĂłdicamente como lo harĂan los hombres para exterminar una colonia de avispas, los marcianos extendieron su vapor por todo el campo en direcciĂłn a Londres. Los extremos de su fila se fueron separando lentamente hasta que, al fin, se hallaron extendidos desde Hanward a Combe y Malden. Durante toda la noche avanzaron con sus mortĂferos tubos. DespuĂŠs que fue derribado el marciano en St. George Hill, ni una sola vez dieron a la artillerĂa la oportunidad de hacer otro blanco. Donde hubiera la posibilidad de que se encontrase un arma oculta, descargaban otro recipiente de vapor negro, y donde los caĂąones estaban a la vista, empleaban el rayo calĂłrico. Alrededor de medianoche, los ĂĄrboles que ardĂan en las laderas de Richmond Park y el resplandor de Kingston Hill proyectaban su luz sobre una capa de humo negro que cubrĂa todo el Valle del TĂĄmesis y se extendĂa hasta donde alcanzaba la vista. Por este mar de cinta lanzaban dos gigantes, que lanzaban hacia todos lados sus chorros de vapor para limpiar el terreno. Aquella noche los marcianos no emplearon mucho su rayo calĂłrico, ya sea porque disponĂan de una cantidad limitada del material con lo que producĂan este rayo, o porque no deseaban destruir al paĂs, sino sĂłlo terminar con la oposiciĂłn que les presentaran. En esto Ăşltimo tuvieron el mayor ĂŠxito. El domingo por la noche terminĂł la oposiciĂłn organizada contra sus movimientos. DespuĂŠs no hubo ya ningĂşn grupo de hombres que pudiera enfrentĂĄrseles, tan inĂştil era la empresa. AĂşn las tripulaciones de los torpederos y destructores que subieron por el TĂĄmesis con sus embarcaciones se negaron a parar, se amutinaron y volvieron de nuevo la proa hacia el mar. La Ăşnica operaciĂłn ofensiva que se aventuraron a llevar a cabo los hombres despuĂŠs de aquella noche fue la preparaciĂłn de minas y pozos, y aĂşn en eso no se trabajĂł con mucho entusiasmo. SĂłlo podemos suponer el destino corrido por las baterĂas de Hatcher, las cuales aguardaban con tanta expectaciĂłn la llegada del enemigo. Sobrevivientes no hubo. Nos podemos imaginar el orden reinante, los oficiales de guardia, los artilleros listos, las balas al alcance de la mano, los servidores de las piezas con sus caballos y carros, los grupos de civiles que esperaban tan cerca como les era permitido, la quietud de la noche, las ambulancias y las tiendas de los enfermeros con los heridos de Weybridge. Luego, el estampido apagado de dos disparos que efectuaron los marcianos, el proyectil que volaba sobre ĂĄrboles y casas para romperse en los campos cercanos. TambiĂŠn podemos imaginar el cambio de actitud de todos, el humo negro que avanzaba rĂĄpidamente y se elevaba ennegreciĂŠndolo todo para caer luego sobre sus vĂctimas, los hombres y caballos velados por el gas, corriendo desesperados para ir a caer al fin, los caĂąones abandonados, los soldados debatiĂŠndose en el suelo y la expansiĂłn rĂĄpida del cono de humo opaco. Y luego, la noche y la muerte. Nada mĂĄs que una masa silenciosa de vapor que oculta a sus muertos. Antes del amanecer, el vapor negro corrĂa por las calles de Richmond y el ya casi desintegrado organismo del gobierno hacĂa un Ăşltimo esfuerzo a fin de preparar a la poblaciĂłn de Londres para la huida.
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